DESPEDIDA A JAIME GONZÁLEZ ARTIGAS DÍAZ

Fernando Gavilanes

Quito, 6 de Octubre de 2005

 

Bajo la mirada protectora de Nuestra Madre Dolorosa, hemos asistido a esta misa, para orar por el eterno descanso de Jaime González Artigas, para estar espiritualmente junto a él y para rememorar  los momentos que compartimos juntos, aquellos mejores momentos de nuestras vidas, aquellos momentos que hubiéramos querido que no terminen nunca.

No puede haber mejor lugar, ni mejor momento que este para estar con él.

La naturaleza, generosa y compasiva con los seres humanos, nos dio la memoria, y con ella, la posibilidad de que vivan en nosotros y para siempre las personas que hemos querido y los momentos que añoramos.

Nuestros recuerdos son nuestra pequeña fábrica casera de inmortalidad y sirven para exorcizar la muerte.

Al recordar esos momentos con Jaime, nos viene nítida su  imagen, su risa abierta y franca, el humor que siempre hacía cambiar el momento triste en momento alegre, la picardía que tenía para encontrar, con sus ojos de niño bueno, el lado jocoso de nuestras travesuras. Gracias Jaime por tu sentido del humor. Fue como la sal, para que la vida no sea tan sosa.

Pero Jaime no fue simplemente el amigo simpático, fue el hombre que amó la vida y desdeñó la fortuna para entregarse a otras cualidades y virtudes: la amistad y la generosidad.  Fue el buen hijo que siempre estuvo pendiente de los mimos a su madre doña Judith. Fue el buen padre que con segura brújula supo señalar un buen cardinal para sus hijos. Fue el buen esposo, que encontró en Cecilia el sosiego y descanso de su vida.

Jaime se adelantó a nosotros, y como aquellos valientes pioneros de la historia, quiso desbrozar nuestro camino; se fue a juntarse con sus otros compañeros, con Carlos Játiva, con Enrique Cobo, con Fernando Ortiz, con Enrique Ripalda, con Rubén Sarsosa, con Marcelo Moncayo, con Marco López, con Juan Alberto Borja, con Fabián Silva y con Gastón Gómez.

Estoy seguro que  su repentina partida no fue por obra del azar, ellos deben haber intercedido ante Dios, para llevarle a su lado y endulzarles la vida aún más allá en el cielo. 

Para quienes estamos cobijados con el manto protector de nuestra Madre Dolorosa, y tenemos conciencia de la vida eterna, podemos decir que Jaime dio solo un paso para llegar a la eternidad. Con ese paso se cumplió el equilibrio cósmico de los designios de Dios para tenerlo a su lado.

Nuestro curso se desgrana en la tierra para reagruparse en el cielo seguramente bajo el cuidado del padre Maestre.

En nuestra vivencia del dolor por la ausencia de la persona a la que queremos, llegará el momento de seguir, de avanzar, de permitir que nuevas emociones se aniden en nuestro corazón. Pero cada uno necesita un tiempo diferente para que esto ocurra. Y así como será bueno aceptar que nuestro viaje continúa, también lo es respetar nuestro propio tiempo de pesar y de memorias.

El cariño y el recuerdo perduran y se prolongan, a pesar de todos los sentimientos dolorosos de nuestro interior. En lo más profundo de nosotros sabemos que ese cariño nos puede acompañar más allá de cualquier tipo de muerte, y también sabemos que el tiempo y el don de Dios son curas maravillosas para el corazón.

Compañeros como tu, Jaime, no necesitan discursos ni evocaciones: viven con nosotros y se proyectan en la eternidad.  Nuestra despedida es solamente transitoria, ya estaremos juntos de nuevo, y esa vez y para siempre dialogando sobre la mano del Creador.

Descansa en paz Jaime.