Bajo la mirada protectora de Nuestra
Madre Dolorosa, hemos asistido a esta misa, para orar por el
eterno descanso de Jaime González Artigas, para estar
espiritualmente junto a él y para rememorar los momentos que
compartimos juntos, aquellos mejores momentos de nuestras vidas,
aquellos momentos que hubiéramos querido que no terminen nunca.
No puede haber mejor lugar, ni mejor
momento que este para estar con él.
La naturaleza, generosa y compasiva con los seres humanos, nos
dio la memoria, y con ella, la posibilidad de que vivan en
nosotros y para siempre las personas que hemos querido y los
momentos que añoramos.
Nuestros recuerdos son nuestra pequeña fábrica casera de
inmortalidad y sirven para exorcizar la muerte.
Al recordar esos momentos con Jaime,
nos viene nítida su imagen, su risa abierta y franca, el humor
que siempre hacía cambiar el momento triste en momento alegre,
la picardía que tenía para encontrar, con sus ojos de niño
bueno, el lado jocoso de nuestras travesuras. Gracias Jaime por
tu sentido del humor. Fue como la sal, para que la vida no sea
tan sosa.
Pero Jaime no fue simplemente el amigo
simpático, fue el hombre que amó la vida y desdeñó la fortuna
para entregarse a otras cualidades y virtudes: la amistad y la
generosidad. Fue el buen hijo que siempre estuvo pendiente de
los mimos a su madre doña Judith. Fue el buen padre que con
segura brújula supo señalar un buen cardinal para sus hijos. Fue
el buen esposo, que encontró en Cecilia el sosiego y descanso de
su vida.
Jaime se adelantó a nosotros, y como
aquellos valientes pioneros de la historia, quiso desbrozar
nuestro camino; se fue a juntarse con sus otros compañeros, con
Carlos Játiva, con Enrique Cobo, con Fernando Ortiz, con Enrique
Ripalda, con Rubén Sarsosa, con Marcelo Moncayo, con Marco
López, con Juan Alberto Borja, con Fabián Silva y con Gastón
Gómez.
Estoy seguro que su repentina partida
no fue por obra del azar, ellos deben haber intercedido ante
Dios, para llevarle a su lado y endulzarles la vida aún más allá
en el cielo.
Para quienes estamos cobijados con el
manto protector de nuestra Madre Dolorosa, y tenemos conciencia
de la vida eterna, podemos decir que Jaime dio solo un paso para
llegar a la eternidad. Con ese paso se cumplió el equilibrio
cósmico de los designios de Dios para tenerlo a su lado.
Nuestro curso se desgrana en la tierra
para reagruparse en el cielo seguramente bajo el cuidado del
padre Maestre.
En nuestra vivencia del dolor por la ausencia de la persona a la
que queremos, llegará el momento de seguir, de avanzar, de
permitir que nuevas emociones se aniden en nuestro corazón. Pero
cada uno necesita un tiempo diferente para que esto ocurra. Y
así como será bueno aceptar que nuestro viaje continúa, también
lo es respetar nuestro propio tiempo de pesar y de memorias.
El cariño y el recuerdo perduran y se prolongan, a pesar de
todos los sentimientos dolorosos de nuestro interior. En lo más
profundo de nosotros sabemos que ese cariño nos puede acompañar
más allá de cualquier tipo de muerte, y también sabemos que el
tiempo y el don de Dios son curas maravillosas para el corazón.
Compañeros como tu, Jaime, no necesitan discursos ni evocaciones:
viven con nosotros y se proyectan en la eternidad. Nuestra
despedida es solamente transitoria, ya estaremos juntos de
nuevo, y esa vez y para siempre dialogando sobre la mano del
Creador.
Descansa en paz Jaime. |