Yo
soy Mauricio Troya Mena, nací en Quito el 30 de septiembre de
1943, me eduqué en el Borja 1 y luego hice la secundaria en el
San Gabriel, como era lo “normal” en esas épocas.
Fui
Bachiller en 1961 junto a todos ustedes, luego continué mis
estudios de ingeniería eléctrica en la Escuela Politécnica y
me gradué de ingeniero en 1971.
Egresé
de la Poli en el 66, año en el que intervine, con otras
personas más ilustres que yo, en la fundación del Colegio
Intisana. Desde esas fechas hasta hoy, “funjo” de rector de esa institución educativa, que
tiene ya más de treinta promociones en su haber. En el colegio
Intisana, teniendo en cuenta un clarísimo sentido social,
organizamos una sección nocturna gratuita técnica para
personas de escasos recursos económicos y luego hace seis años,
el INTITEC, Instituto Tecnológico Superior Intisana,
debidamente reconocido por el CONESUP.
Cuando
cursábamos el cuarto curso, iniciamos con algunos compañeros
la (ODEC) Organización de Estudios Científicos (que perdura
hasta hoy, en nuestros corazones y que se ha transformado en la
Corporación de Investigación Energética CIE, cuyo gerente es
Alfredo Mena). En esa especie de Club nos dedicábamos a la
“investigación científica” y a desbaratar cualquier
mecanismo o aparato de física que caía en nuestras manos, para
“ver cómo era por dentro”.
Uno
de esos aparatos fue el famoso “Tesla” del Padre Enríquez,
que también cayó en nuestras manos. El problema con el
“tesla” fue que se nos perdió el cilindro lleno de limallas
que actuaba como semiconductor. Gracias al ingenio del Alfredo
nos conseguimos otro cilindrín de vidrio y reemplazamos las
limallas extranjeras, con las extraídas de una moneda de un
sucre, al cual le limamos hasta obtener partículas metálicas
muy pequeñas que fueron colocadas en el cilindrín. Así, con
el costo de un sucre devaluado, logramos solucionar el problema.
Fue tal la pericia utilizada en el arreglo que el Padre Enríquez
jamás sospechó que el cilindrín de marca extranjera había
sido sustituido por otro de marca nacional, y al precio de un
sucre. Parece que este último funcionó mucho mejor que el
primero, con lo cual se demuestra que la industria nacional es
mejor que la extranjera.
No
está por demás indicar que, en cuanto a química se refiere,
pretendíamos fabricar “nitroglicerina”, pero lo máximo que
conseguimos fue que el Jaime Redín inventara el famoso “algodón-pólvora”,
que sólo servía para hacer ruido y destruir nuestra ropa con
las gotas del material cáustico que utilizábamos y que
explotaba junto al algodón.
Desde
luego que no faltó, en las prácticas de “química”, la
fabricación de chocolate, el cual resultó tan amargo que
tuvimos que considerarlo a nivel de estiércol y arrojarlo a la
taza del baño. Luego tuvimos el problema de destapar el baño,
porque el chocolate se había endurecido más que el cemento.
Gracias a Dios que no nos lo comimos porque ¿qué hubiera
pasado con nuestros adolescentes estómagos?
Claro
que las prácticas de química (nutridas con los productos del
laboratorio del colegio, y otros obtenidos en la botica de la
esquina), también estaban endulzadas o saladas con
“colaciones” o “canguil”, que nos daba mi mamá.
Pero
también nos dedicamos a preparar nuestro ingreso a la
universidad (a la Poli en este caso), y todos logramos ingresar
directamente a primer curso, de tal modo que hicimos la carrera
de ingeniería en cinco años.
Los
más asiduos miembros de la ODEC fueron, entre otros,
Jaime Redín, Alfredo Mena, Jorge Núñez y Mauricio
Troya. Nos hemos seguido reuniendo cuando Jaime tiene la feliz
ocurrencia de visitar el Ecuador, viajando desde los Ángeles
CA, más o menos cada dos o tres años.
Luego
la vida nos ha demostrado que no nos fue tan mal en los estudios
superiores gracias a la dedicación, abnegación, sacrificio y búsqueda
de la excelencia, que aprendimos en el colegio San Gabriel, muchísimos
años antes de que aparezca Jefferson Pérez, en el palmarés
ecuatoriano, hablándonos de la excelencia.
En
mi ya larga carrera dedicada a la educación he participado en
la fundación de las siguientes entidades: FEDEPAL (Federación
de Establecimientos Particulares Laicos), COPEA (Comité de
Planteles Experimentales Autónomos), CONFEDEPAL (Confederación
Nacional de Entidades Particulares educativas laicas), COPADE (Corporación
para el desarrollo de la Educación), FINDES (Fundación para el
Desarrollo Educativo y Social), CEP (Corporación de Estudios y
Publicaciones), etc. etc.
Todas
esas entidades son sin fines de lucro y tienen como objetivo el
fomento de la educación y la cultura por eso estamos empeñados
en seguir haciendo colegios, como los cuatro de Quito, seis de
Guayaquil, y otros dos en Ibarra. Porque, aunque los políticos
no quieran entender, la única solución para este país es la
educación y no andarse preocupando de la deuda externa y de su
laberinto, que nadie comprende. Muchísmo menos los técnicos,
los economistas, y menos aún algún famoso ingeniero “dueño
del paisaje”.
Sin
embargo, el futuro en el Ecuador, y a partir de los sesenta años
de edad, se ve muy prometedor, no tengamos en cuenta las
afecciones, enfermedades, vejeces, arrugas, calvicie, etc., etc.
que ya nos ha tocado o que nos tocará padecer, sino que debemos
poner toda nuestra confianza en la “dolarización”.
Con
la dolarización se puede superar la dolorización del cuerpo y
del alma. Además, ¿no es verdad que la palabra dólar proviene
del latín “dolo”, que significa “engaño”, “fraude”,
“simulación”? De este modo con la “dolarización”, todo
“dolo”, engaño y corrupción quedarán descubiertos, y esta
última quedará será superada.
Pero
dejémonos de bromas y no seamos tan materialistas (o
“monetaristas” como dicen algunos”). El futuro es
prometedor, porque cada vez nos estamos acercando, a pasos
agigantados, a la “verdadera Patria”. El tiempo pasa rápido
y los sesenta años nos deben llevar a una profunda reflexión
sobre lo que hemos hecho en esta vida y la cuenta que debemos
dar al Señor, que nos está esperando desde toda la eternidad.
¡Qué misterio!
Que
no nos ocurra lo que una vez escuché, en unos ejercicios
espirituales, al Padre Vásquez Dodero: “Al final de
nuestros días, que no repitamos, en el momento de la muerte, lo
que decía un moribundo angustiado por lo poco que había hecho
rendir los talentos que Dios le dio: «El que soy, saluda con
tristeza al que pude haber sido»”.
Hasta
pronto, compañeros...
Reunión
de la ODEC (2001). Jaime Redín, Mauricio Troya, Alfredo Mena,
Jorge Núñez
(todos “gorditos” y “panzones”)
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