Agradezco la constancia de Jaime Redin que me
ha perseguido hasta lograr sentarme frente al teclado a escribir
estas confesiones, cosa que no han logrado hasta ahora ni mis
superiores más estrictos.
Al oír su voz en el teléfono he recordado “los años
mozos”, los patios del colegio llenos de compañeros en el
recreo, los “machetazos” del padre Escobar, a quien ví en
Ecuador hace unos tres años, las fiestas de grado, el primer año
de universidad, y así sucesivamente hasta el día en que, a pesar
del disgusto de mi papi que no quería verme con “esos trapos”,
me disfracé de cura por fuera y traté de convertirme por dentro
a través de muchas experiencias, unas contraculturales, otras en
la cresta de la ola del jet set, con la pretensión de formar
parte de esa multinacional que todos conocemos y de la que
recibimos nuestras buenas y nuestras malas notas de colegio...
En esa onda he tenido la suerte de conocer a la
maravillosa gente de varias provincias de nuestro país y de
varios países de América y del mundo, estudiando o atareándome
con ellos sobre todo en el campo de la educación y el trabajo
social. He vivido de una manera muy personal la famosa
“globalización” desde hace muchos años, dado que esta orden
multicultural me recuerda a cada minuto que soy ciudadano del
mundo, que todos somos uno, que todos somos hermanos y que
nuestra suerte es interdependiente, y me ha dado varias
oportunidades de poder hacer algo, directa o indirectamente, por
los demás, y sobre todo por las personas que sufren. No faltan
a mi alrededor modelos que imitar, ni faltan, desgraciadamente,
en este mundo urgentes necesidades y tragedias, en su gran
mayoría evitables, a cuya solución o alivio me alegra mucho
poder contribuir con mi granito de arena ya que prevenirlas no
he podido.
Desgraciadamente también, por otra parte, no he
podido ni sabido asentarme y cultivar las viejas amistades
–porque nuevas van surgiendo todos los días- como se merecen y
como debiera hacerlo según aquello de que “no somos sino un
puñado de recuerdos en busca de una infinita plenitud”...
Por eso más de una vez, con añoranza y reconociendo mis propias
limitaciones en este campo, “me embriago en lejanías para
acariciar mis sueños” y recuerdo a mis queridos compañeros de
colegio a quienes deseo todo éxito y felicidad desde estas
líneas, con sus respectivas familias, en dondequiera que se
encuentren.
Sincera y cordialmente,
Fernando Breilh |