La comida del curso del mes pasado en
la Choza fue emotiva, grata, para el recuerdo.
En mi afán de tomar la foto al
primero en llegar, me adelanté unos minutos para disparar mi
flash. En primer lugar llegó don Lucho Dávila. De no ser por
su grueso abrigo, bufanda y sombrero, cualquiera hubiera creído
que estaba cruzando la meta de los 20 Kilómetros de marcha de
las Olimpiadas.
Los demás fueron llegando uno a uno
y no tiene importancia su orden. Lo que sí debo anotar es que
pareció que la competencia en la que marchaban era de 100 kilómetros,
porque el tiempo entre uno y otro, se fue sumando hasta llegar
a la eternidad. Esta larga espera fue amenizada con unos
whyscachos servidos a aquellos
que llegaron escapando, a
duras penas, de la sumisión hogareña. Otros más duchos en
estas lides de salir de noche, llegaron más puntuales,
impecables perfumados…fueron también los más apurados en irse.
Llegó la hora de pasar a la mesa. La
ilusión que uno tiene cuando te pasan la carta, se chorrea
cuando ves el mismo menú de todos los días y sientes la
misma frustración de cuando te equivocas y llevas al baño
los clasificados del Comercio.
Al final terminas escogiendo los
consabidos llapingachos con fritada.
El problema no es de uno; uno ya está acostumbrado a que para
homenajear al pariente, al amigo, al gringo, al compañero que
viene de la Iunai o de más lejos, no falta el jetón que diga:
“La Choza”….y otra vez: llapingachos con fritada. El
problema es para el homenajeado, porque invitación que tiene,
invitación que se lucen ofreciéndole unos ricos llapingachos
con fritada. Estoy seguro que el pobre infeliz sale del Ecuador lavado el
cerebro y no me extraña que pida llapingachos con fritada
cuando entra a un Mac Donalds.
Un poroto para José Miguel Alvear, que por su iniciativa nos
llevó a comer llapingachos con fritada a La Choza para
homenajear a Alfredo Chiriboga que regresaba de visita al
Ecuador después de 60 años de surgir en gringolandia como
Marine, empresario y abstemio consuetudinario.
Después de los llapingachos con
fritada, en forma
ordenada y cuasi militar, el José Miguel nos permitió
demostrar nuestras dotes de oradores a cada uno….. y
uno por uno tuvimos que improvisar elocuentes palabras
en honor del homenajeado. Claro, que el que habló al último
fue el más cagado porque todas las ideas que se había sacado
la madre pensando, algún jetón lo dijo antes.
Debo destacar la ocurrida y muy simpática
intervención del Pichín Ponce, que en un perfecto Spanglish
se dirigió al homenajeado. El final fue más divertido porque
degeneró en un interrogatorio sobre sus conocimientos de inglés,
para cerciorarse de que efectivamente el CHIJA había
aprendido bien hablar inglés.
Al final llegó la cuenta. Yo sabía,
que el que se sienta al lado del José Miguel, tiene que hacer
de tesorero, así que cedí el gentil ofrecimiento que me hizo
para sentarme a su lado a quien con merecimientos (y
desconocimiento de causa) se me cruzó en ese momento:
Carlitos Játiva, quien muy sonreído y orondo ocupó tan
importante puesto.
Siempre….siempre, la llegada de la
cuenta tiene ese no se qué que hace palidecer a unos y quitar
la sonrisa a otros. Esta vez no fue la excepción. Silencio,
movimiento de sillas, manos al bolsillo, plumas en ristre.
El nivel de la conversa bajó. Por ahí oí que alguno
le decía al Carlitos, mientras quería hacer cuadrar la
multiplicación de los factores con lo que decía el papelito:
“aumentémole un pite”, pero él, tan caballero y tan buen
economista se mantuvo en sus cuatro y dijo
que no y que no, y no nos quedó otra que caernos con
lo que dijo el Carlitos. Por ahí ví las caras de algunos
como que no estaban tan seguros de la operación matemática,
pero fue algo que solo yo pude darme cuenta.
Al final abrazos y promesas, yo me
abracé con el Pichín Ponce, Leonardo Alvear, Edison Armas,
Ramiro Cruz, Luís Alfonso Dávila, Carlos Játiva, Alfredo
Chiriboga, José Miguel Alvear,
Antonio Chiriboga, Patricio Oliva, Fernando Nuñez,
Arturo Banderas, Marcelo Ponce y unito que se me escapa que no
es el Marcelo Checa.
FGG