MIS RECUERDOS BUENOS DEL ECUADOR
de los otros ... no me acuerdo
Julio 17, 1999
Jaime Redín
Como un mosaico asincrónico de
imágenes mezcladas en el tiempo, aún rebotan en mi mente los recuerdos
de mis cortas vacaciones en Quito. Paradójicamente, el permanente cambio
es lo único que parece no cambiar en el lindo Quito de mi vida. Hace ocho
años, cuando la dejé por otros lares, era la ampliación de la Vía
Oriental, cuando la visité varios años despué s eran los pasos a
desnivel, luego el túnel bajo la 24 y las áreas peatonales del Centro;
ahora fue la construcción del trole.
Camino del aeropuerto a casa traté de ponerme al día con esa mezcla de humor y filosofía popular que se plasma en los grafittis quiteños. Mis familiares me comentaron que la gente ya está cansada de ellos, pero en fin, hubo algunos que aún me parecieron muy buenos, por ejemplo: "Dicen que fumar mata lentamente, pero yo no tengo apuro," y otro: "Las drogas causan tres problemas: uno es la pérdida de memoria, de los otros no me acuerdo," uno más: "No hay mujeres feas, sólo bellezas extrañas," el último: "Amanecí con el ego frito." En mis días de mozalbete, cuando vivía en la Vargas frente a la Plaza de Toros, corretear la "rueda" entre las columnas semiterminadas de la Basílica era uno de mis pasatiempos favoritos. En aquellos tiempos me fascinaba saber que esa catedral de piedra llevaba ya varios cientos de años en construcción y que tomaría por lo menos cien años más el terminarla. Esto sonaba muy natural en esos tiempos; bastaba con sentarse un rato y admirar los picapedreros dando forma lentamente a las azuladas andesitas del Pichincha para saber que cien años no es nada. Bueno, no fue así. En algún punto del continuo espacio-tiempo dentro de los cuarenta años que han transcurrido desde aquel entonces, la Basílica ha sido finalmente terminada. Que gratos recuerdos, y que profunda impresión me causó asistir esta vez al concierto de la Banda Sinfónica en el interior de la Basílica. El "Aleluya" de Handel resonando con fuerza entre las majestuosas bóvedas de las naves de piedra me dejó un recuerdo que perdurará en mí por mucho tiempo. Tuve la suerte de estar en Quito durante la Semana Santa. Me fascina el olor de los cirios y el murmullo de las personas piadosas inundando el aire obscuro de las iglesias quiteñas. Las telas de plástico y los andamios de pingo de eucalipto que cubren los ambientes interiores de la Compañía en pleno proceso de restauración, no fueron suficientes para suprimir ese agradable sobrecogimiento que siento cada vez que entro en sus naves y me arrodillo ante al altar de la Dolorosa. Mis tiempos de Gabrielino dejaron un surco profundo en alguna parte de mi corazón, y el 20 de Abril tiene cada año un especial significado. Este año, en la misa de los ex-alumnos, tuve incluso la suerte de encontrarme con dos compañeros de aula que no había visto desde que terminé la secundaria hace 33 años. Es curioso ver como el tiempo tiene tan pocas armas contra el espíritu. Los cabellos encanecen, las facciones se tornan más pesadas, la curva de la felicidad toma formas que no nos hace tan felices, pero los espíritus, como si nada. Aquello de los espíritus se tornó más evidente cuando me reuní con mis antiguos compañeros de la Politécnica, Marcelo Parreño, Bolívar Izurieta, Pepe Carrión, Magdalena y Patricio Ortega. Para todos nosotros la Poli significó una profesión, para Patricio y Magdalena significó también un destino. Como decía, el tiempo nos ha dejado sus huellas, pero los espíritus, como si nada.
En mi familia somos seis hermanos y una ñaña. Por esos cruces curiosos del destino mi hermana Olgui es también mi concuñada. El ágil de mente ya habrá concluido que mi esposa es hermana del esposo de mi hermana. Naturalmente, hubo un intercambio de ñañas en el que todos salimos ganando. Fausto se casó con Olgui y yo me casé con María de Lourdes -una verdadera ganga y buena fortuna que ya nos dura por más de 23 años. Esta vez, visitando con Olgui y Fausto la tumba de mis padres y de mi suegro en la cripta de la Dolorosa, me llamó una vez mas la atención el hecho que mamacita murió un 12 de Junio, el día de su cumpleaños y fecha de mi vigécimo segundo aniversario de matrimonio, pero descubrí además que mi suegro, el Cnel. Luis Cascante, falleció en el vigécimo segundo aniversario del matrimonio de su hijo Fausto. Disfrutar de mi familia y de mi familia política es una de las cosas que más añoro luego de mis esporádicas visitas a mi querido Ecuador. La música es otra fuente de recuerdos. En una velada inolvidable, Gonzalo Mendoza, compositor de una de mis piezas favoritas: "Linda Guambra Coquetona" me puso al día con los pasillos y sanjuanitos. Es una suerte contar a Gonzalo entre mis concuñados. Otra fuente de recuerdos musicales es mi hermano Fernando, médico homeópata, depositario de los LP que hicieron mis delicias en los sesentas y setentas. En una madrugada de bohemia, luego de enterarme que mi colesterol sigue en los 290 pero me quedan chances de cruzar el milenio, captamos en una cinta una buena parte de las piezas que a lo largo de los años me han cautivado la atención: "Cuando Pasa La Banda" de la Tijuana Brass, "Jinetes Fantasmas en el Cielo" con las guitarras eléctricas de los Irancundos, "Caravana" con los Ventures, "Take Five" cantada por Al Jarreau, "Hello Dolly" con la increible voz ronca de Louis Armstrong, Piero y "Mi querido Viejo," "El León que se Escapó de la Jaula," "La Chica de Ipanema," "16 Toneladas de Carbón," y otras cuyas melodías se han quedado estacionadas en mi memoria pero cuyo nombres y autores no sería capaz de identificar. Pero no importa, las encerramos en un cassette y ahora me acompañan en mi diario traficar por el freeway de San Diego. No sería completo mi relato de recuerdos si dejara de mencionar las curiosidades y delicias de nuestros platos y bocadillos quiteños. Mi esposa me envió con una lista para que no me olvide de los más importantes: Ceviche de concha, yaguarlocro, sopa de zambo (mi favorita), empanadas de morocho, bolas de verde, higos con queso; jugos de naranjilla, de mora, de maracuyá, de tomate de árbol; café con leche y pan con nata; pinol y helados de Salcedo, etc... Sin embargo, hubo algunos que se le olvidaron y tuve que añadir al paso: Tripa-mishqui, mote con hornado, morocho con queso, helados de paila y otras especialidades del delicatesen de Sangolquí. Sin lugar a duda, el Ecuador es para mí como una droga que embriaga mis sentidos y me causa varios efectos: uno, me deja siempre cargado de recuerdos gratos, de los otros... no me acuerdo. |
Artículo publicado en la Revista Cultural Tahuantinsuyo. Editor: Milton Miño, Los Angeles. |