Fueron tantos los espacios que ocupó Patricio, muerto hace cuatro
días, que es muy difícil enumerarlos, aún habiéndolos compartido, y,
peor, describirlos, para situar con justicia la tarea sustancial que
Quevedo cumplió en todos ellos. Para empezar, como alumno y profesor del
Colegio San Gabriel. Luego en la Facultad de Derecho de la PUCE. Después
en el Diario “El Tiempo” por dos décadas y también en Teleamazonas por
un lustro. En 1984, en el Gabinete del presidente León Febres Cordero.
Al finalizar el bachillerato obtuvo el famoso Anillo de Oro que se
concedía al mejor alumno de los seis años. Ya entonces, además, se había
convertido en orador de grandes y prometedoras cualidades. Profesor del
plantel, inició su larga trayectoria docente, por la que tantas
generaciones le reconocen servicios eminentes. En la Universidad, en
muchas tardes nos reuníamos cinco o seis compañeros para estudiar en su
casa las disciplinas jurídicas, comprobando que Patricio, gracias a su
concisión y poder de síntesis, convertía en pocas páginas las decenas
que debíamos revisar.
En esos años germinales, fue llamado para colaborar como periodista en
el inolvidable Diario “El Tiempo”. Por años cubrió las informaciones
económicas y pronto fue invitado a ser editorialista y columnista, honor
correspondiente a su categoría intelectual. Tal vez el periódico fue el
lugar en el que mejor pudimos disfrutar de su amistad y, lo sabemos
quienes compartimos su cercanía, de su cordialidad y sentido del humor.
Las tertulias antes y después del trabajo, y a veces en medio de las
labores, trataban de los mil temas que se dan en las salas de redacción
de un medio de comunicación. No podía ser de otra manera. Había toda una
pléyade de jóvenes pensadores, unos inclinados a la literatura, otros a
la política, algunos a las ciencias internacionales. Todos bajo la
dirección de Carlos de la Torre Reyes, ecuatoriano de singular
importancia, historiador y novelista, miembro de número de las dos
Academias. Casi todos los días había un “conversatorio”, pero sin tal
cursi nombre. En todos estaba presente su erudición, fruto de una
envidiable memoria, y, desde luego, su comentario medular. Ninguno de
nosotros tenía título de periodismo, pero ni falta que hacía. Además,
dicen los castellanos, lo que natura non da, Salamanca non presta. “El
Tiempo” fue el lugar de encuentro con Margarita Vergara, también
periodista, su querida esposa.
De lo que supimos, Patricio nunca se afilió a un partido político,
aunque constó, en la década de los años sesenta, en alguna lista de
candidatos a concejales de Quito. Eso no quiso decir que viviese
despreocupado de la política. Su hacer iba, especialmente, por el
análisis de las situaciones que ha tenido nuestro país y, sobre todo, en
la asesoría desinteresada a muchos personajes que le consultaban. Eso,
lo de orientar y organizar caminos, es también política. Más de una vez
escribió o corrigió discursos para los que lo necesitaban.
Su actuación en las Secretarias Nacional de Información Pública y en la
General de la Administración, durante el régimen de Febres Cordero, ha
quedado ya registrada en la historia.
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